Una
de mis paciones siempre ha sido ir al centro de la ciudad, a la Candelaria en
Bogotá. Es un lugar donde se juntan mil historias… mil momentos, mil parejas
caminan de la mano por las calles románticas, y otras por las calles demasiado
transitadas. El indigente se confunde con
el empresario, la arquitectura de los 70 con la de los 50, y con el legado
español que nos dejaron nuestros colonizadores. Donde existe el palacio que
dice llamarse el palacio de Justicia, pero termina siendo el palacio donde
ocurrió la peor injusticia de la historia colombiana. Donde todo puede pasar, y
las cosas más extrañas te puedes encontrar… libros ocultos, antigüedades,
artesanías, y una infinidad de cosas que ni siquiera uno se alcanza a imaginar.
Yo solía pasar horas caminando por el centro de la ciudad, y contemplando la
anacrónica de este lugar lleno de historia, de vida, y de desolación. Con los
años lo he dejado de hacer, pero cuando voy, es como si volviera a vivir.
Pero
el centro de Bogotá no solo es un lugar alucinante para mi, también es el
centro de los rodajes de comerciales, o propagandas como se llaman
tradicionalmente, de este país. Por su
estilo colonial los comerciales parecen filmados en una ciudad europea, y casi
siempre son grabados en la misma calle: la Jiménez con séptima. Es la esquina
mas filmada, más fotografiada, y mas enmarcada en la pantalla grande, chica y
mediana de Colombia. Cuando trabajaba en Agencia, le decíamos el estudio 3.
Entonces, en uno de esos días fríos típicos bogotanos, en los que teníamos que
grabar un comercial del Grupo Aval y microempresarios en el estudio 3 (Centro
de Bogotá); yo estaba en este alucinante lugar para supervisar el trabajo y
velar por el buen resultado del comercial. Pero esta vez el comercial no se iba
a grabar en la Jiménez con séptima, se iba a grabar en un sitio aun mas
alucinante, en una librería. Wow… la locación era una librería en un callejón
ubicado entre la calle 17 y la calle 20
mas o menos, desde la carrera séptima como hasta la 9 u octava. No estoy
segura. Un callejón con una infinidad de librerías de libros de segunda mano.
Lugares alucinantes y escalofriantes al mismo tiempo. Con tantos libros que no
sabes cual ver. Y yo en la locación.
En
cada corte, iba a buscar libros y títulos que me llamaran la atención. Parecía
una niña chiquita en Disney. Si… para mi es alucinante entrar a las librerías,
me antojo de todo y todo lo quiero comprar. Pero lo mas emocionante es por qué
me enamoro de los libros… por los títulos. Un buen título me atrapa. No me
importa el autor, no me importa el género, si tiene un buen título el libro me hipnotiza.
A veces me leo cosas increíbles, y otras veces pésimos libros como “Chapolas
Negras” de Fernando Vallejo. Pero ese día en esa libraría del centro, donde
estaba en el rodaje de un comercial, encontré uno de los libros mas alucinantes
que me he leído en la vida. Ahí estaba, con una caratula tan seductora como su
nombre… Yo apasionada por el cine y el erotismo de las grandes divas como Luis
Broks, Marlene Detrich, y aquellas primeras divas de la pantalla Grande que mas
que Divas eran vampiresas. Además, debo confesar que soy una fumadora y amante
de mi vicio… mi compañero, mi aliado, mi fuga en momentos de estrés, mi
confidente en momentos de tristeza, mi compañero de lágrimas y de alegrías. Y
ahí estaba… el libro que reunía en su título dos de las cosas que me apasionan
en la vida. Fue como encontrar el amor de mi vida hecho libro. Y así fue… el
libro se llamaba “La Diva Nicotina”, y en su portada tenía un torso de una
mujer desnuda y seductora con un cigarrillo en la boca. No podía dejar de
comprarlo. Además era una ganga… me costó $10.000 y mi cabeza la llevó al
fantástico mundo de la historia del Tabaco. Claro que si el libro se hubiera
llamado la Historia del tabaco, claramente ni lo hubiera visto, ni me hubiera
interesado, ni me hubiera enamorado de él. Tenía que mezclar dos cosas que a mi
personalmente me encantan y las disfruto al máximo. Fue el título, y cuando lo
empecé a leer, me di cuenta que no solo había sido el título, que su escritura
me llevó por un recorrido histórico increíble. Que a través de anécdotas
entendí la importancia del tabaco en nuestra historia. Hasta a la historia de
la publicidad me remontó, porque fueron los cigarrillos los primeros en
utilizar estrategias publicitarias para aumentar sus ventas. Ese es un buen
libro, el que te atrapa con un buen título y no te defrauda en la medida que lo
lees. Entonces ese maravilloso libro de una librería del centro, se convirtió en
mi mas preciado tesoro. Al lado de “Madame Bobary”, la biografía del “Che
Guevara”, y “La insoportable Levedad del Ser”, está la “Diva Nicotina” en mi
Biblioteca personal.
Cuando
recién compré el libro poco importaba el nombre del autor, solo importaba el
magnifico nombre que adornaba su portaba. Luego empecé a leer y su primera
frase era una pregunta: “¿Por qué fumamos?”, y luego sigue contando como el
autor adquirió el habito del cigarrillo. Entonces ahí es donde su nombre cobra
importancia: Iain Gately un abogado graduado de la Universidad de Cambridge,
apasionado por la escritura y la investigación. Entonces el libro sigue
contando una escena en la que está el autor con un amigo en el metro de Tokio.
Llega un Japonés y para entablar conversación con ellos les ofrece un
cigarrillo. Claro, son los años 80, cuando aun los fumadores no éramos mirados
y señalados como unos delincuentes. Ian
acepta el ofrecimiento, pero su amigo dice que no fuma. El japonés no puede
creer que haya alguien que no fume en la vida, y varias veces le dice que no
entiende, “¿que no fuma en el tren?, ¿O no fuma a esa hora del día?, Y en fin.
Entonces Ian se pregunta como un vicio puede unir culturas, y unificar
costumbres entre los diferentes continentes. Y es ahí en donde se remonta a la
historia de los aborígenes americanos, y encuentra las raíces del tabaco. Recorre
mil momentos históricos; La colonización de los estados americanos, la época de
Napoleón en que decían que consumía el rape (tabaco en polvo ingerido por la nariz)
equivalente a 200 cigarrillo; O durante la invasión de los franceses a España,
cuyos soldados Franceses eran detectados por los españoles a kilómetros por el
cantidad de tabaco que consumían. O que fue Hittler el que a través de varios
estudios en el Holocausto descubrió que el tabaco producía cáncer pulmonar. O
también que la historio de Pocahontas fue verdad, y que el famoso capitán Smith
se enamoró de ella porque le interesaba que su familia le enseñara el
tratamiento del tabaco. Pero después de mil datos increíble y a través de la
historia mundial vista desde la perspectiva del tabaco, llegamos a la aparición
del cine, donde fumar se convertía en la pantalla grande en el mayor símbolo de
seducción posible. Y es ahí donde la caratula del libro cobra vida. Las grandes
Divas fumaban para atrapar a sus amantes, y el cigarrillo se convirtió en
manifestación sexual posible de mostrar en la gran pantalla. Además de ya ser
un vicio mundialmente reconocido. Lo que era un ritual religioso para los
aborígenes americanos, se convirtió en un vicio que acompañaría la historia
mundial.
Luego
de leer este libro, busqué diferentes representaciones artísticas en torno al
cigarrillo. Encontré canciones, cuadros, y películas en las que se veía lo que
el libro contaba y como era la representación sexual permitida. Todos hacen una
oda al vicio. Encontré por ejemplo una canción de Ana Gabriel, en la que ella
le cuenta sus penas de amor a un cigarrillo. También una canción por Gema y
Pavel, cantautores cubanos, que menciona 1000 veces la frase: “Yo quisiera
parar de fumar”; pero por una extraña rezón nunca lo logran dejar, y vuelven a
caer entre las redes de humo que adornan al fumador. También la primera
película de Michelangelo Antonioni con Lucía Bose, donde ella está en su cama,
prende un cigarrillo, y habla por teléfono con su amante diciéndole que se
quiere fugar con él y matar a su marido. Pero ninguna canción, ninguna
expresión de arte, logran mostrar lo que este libro logró contarme a través de
sus páginas. Como por ejemplo que Estados Unidos, se convirtió en imperio gracias
al tabaco, y otras mil anécdotas que es mejor dejar que el autor las cuente.
Entonces,
en aquel lugar alucinante, “El centro de Bogotá”, encontré un pequeño tesoro…
un libro que no hubiera podido imaginar que existía si su titulo no me hubiera cautivado como me cautivo. Un
libro que volví a buscar en las librerías del norte de Bogotá, y no saben ni
siquiera que existe. Un libro que apareció en mi vida y se convirtió en mi
referente histórico favorito, y siempre lo cito mientras en mis dedos disfruto
de mi cigarrillo matutino.