Sigo entonces con la descripción de mi viaje por México. Un viaje que llenó mi cabeza de grandes recuerdos, y de los cuales no me gustaría olvidar ni el más mínimo detalle. Pasamos entonces al punto donde puse continuará en el escrito anterior, mi llegada a la Plaza Garibaldi. Pero primero quiero dar una pequeña reseña de lo que significaba para mí llegar a la Plaza de Mariachis más importante del mundo.
Los Mariachis han sido parte importante de la banda sonora de mi vida. En mil ocasiones he cantado rancheras en compañía de un aguardiente o de un Tequila, y con lágrimas en los ojos por las desgarradoras letras de las canciones de Vicente Fernández o del Potrillo. Cuando oigo rancheras se me enchina la piel, y desearía ser una mexicana para sentirme orgullosa de decir que lo soy y cantar a grito herido las canciones de mi patria. Sin embargo siendo colombiana me siento orgullosa de ser latina, y de tener la voz para poder cantar las rancheras que tanto me gustan. Por esta inmensa pasión, uno de mis sueños era ir a la plaza Garibaldi en la ciudad de México. Claro que no faltaba el aguafiestas que cuando decía que quería hacerlo, decía que La Plaza Garibaldi era un moridero, que olía mal, y que estaba en el sector más peligroso de la ciudad. Pero la gente que decía eso no sabía nada de mi pasión por las rancheras. Y por fin se llegó el tan esperado día, gracias a mis amigos Mexicanos pude realizar mi sueño y cantar a viva a voz todas las rancheras que me podía saber en la mismísima Plaza Garibaldi.
Después de una suculenta comida en casa de la familia de Talía, nos fuimos con Rafa (hermano de Talía) y sus amigos a la susodicha Plaza. Cuando íbamos llegando, solo se veían tumultos de mariachis con sombreros, guitarras y trompetas; que corrían detrás de los carros tratando de conseguir una serenata para la noche. Nunca había visto a los Mariachis correr, era muy divertido. Cuando nos bajamos y entramos a la Plaza como tal, todos cantaban y se oían trescientas rancheras al tiempo que ni sabía cual era la que quería cantar. La emoción dentro de mí aumentaba a cada minuto. Se veían vendedores, mariachis entregando volantes, cantantes de música norteña, viejitos con traje de Mariachi y desafinados, y también los señores Mariachis con unas voces increíbles que me hacían estremecer. Estaba en la Plaza Garibaldi , y lo que yo vi no tenía nada que ver con lo que decía la gente. A mi me pareció un sitio encantador; lleno de vida, de alegría, de canciones, de tequila, y eso sí con una fuerza histórica muy interesante. A través de los años y desde su creación, la Plaza y las cantinas que la rodean, han presenciado revolución, música, Folclor y vida. Esta plaza se denomina de esta forma en honor al Coronel José Garibaldi, que participó en el ataque de Casas Grandes con el ejercito revolucionario Mexicano (Durante la revolución se dio una toma a la Ciudad de Juarez - Chihuahua, que fue uno de los primeros golpes para provocar la caída del Dictador Porfirio Díaz, el ataque de Casas Grandes, de ahí su importancia). Además de su carrera militar, el Coronel Garibaldi se caracterizaba por ser un aficionado a la música y le gustaba ayudar a los artistas ambulantes. Entonces en su honor y con su apellido se bautizó a la plaza más importante de mariachis. Una plaza, que ha visto desfilar a los mejores cantantes de Rancheras. Yo sentía que el corazón se me salía del pecho entre tantas rancheras y mariachis. Y en medio de tanta emoción, mis amigos me llevaron a una de las cantinas que rodea la plaza, Al Tenampa, para podernos sentar y tomarnos unos buenos tequilas. Al entrar me dijeron que era la cantina mas antigua de la Plaza (fue fundada en 1923 y ha sido famosa desde entonces por sus mariachis y por la venta de ponche de Granada). Cuando entramos sentí que hacía un flash back en su historia, pues en las paredes estaban las figuras pintadas de todos los grandes mariachis que habían cantado allí. Figuras como Lucha Reyes, El Charro Cantor, Jorge Negrete, Pedro Infante (el ídolo de México), Lola Beltrán (la señora de la canción ranchera), Pedro Vargas (el tenor continental), Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Javier Solís (Y su melodiosa voz), Lucha Villa, Jalisco, Vicente Fernández y muchos cantantes más. Entonces en compañía de una Margarita, de todas las pinturas de las leyendas de la canción mexicana, de mis amigos y del ponche de Granada; empezamos una fiesta inolvidable con rancheras incluidas. Bailamos, nos reímos, tomamos ponche, luego vinieron los tequilas pasados con Sangrita, las cervezas, los mariachis, y por petición de un amigo de travesía las 200 versiones de la canción “Caminos de Guanajuato”. A la mitad de la noche llegaron Ale y su novio, y continuamos la fiesta. La plaza Garibaldi sobrepasó todas mis expectativas; no olía mal, no la sentí tan peligrosa como decían (además casi todos los sitios en las ciudades latinoamericanas son peligrosos), y si tiene un aire especial y una fuerza peculiar. La Plaza Garibaldi es el emblema de los Mariachis y de aquellos que aman las rancheras como yo. Y acepto que canté con el alma “México lindo y querido! Si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan a ti…” Una noche inolvidable.
Apenas estaba comenzando mi viaje, y ya había conocido cosas hermosas y llenas de historia. Pero aun me faltaba muchísimo más. Entonces en compañía de Ale y de su mamá, una mujer encantadora y pujante llamada Magdalena, me llevaron a dar un paseo por el Zócalo de la ciudad de México (el centro de la ciudad). Caminamos por todas la calles que Ale conocía. Desde el barrio chino, a la zona empresarial; pasando por el palacio de los azulejos, y hasta una calle de los años 50 representada en el museo de Arte Popular, para terminar en la Plaza Central de Gobierno. Yo no salía de mi asombro. Lo que ya había visto de noche, lo estaba viendo a luz del día. El escenario era precioso. Para cualquier parte que miraba había una esquina digna de ser retratada, de ser memorizada, y de ser contemplada. En el museo de Arte Popular me encontré con piezas artesanales muy divertidas y llenas de color propias de México, sobre un fondo blanco, porque el edificio del museo es blanco por dentro y por fuera para resaltar todos los colores. Al entrar lo primero que se ve es un carro Volkswagen modelo 50, pintado con mil arabescos de todos lo colores. Y sí, en el último piso del museo se encuentra el modelo de lo que eran las calles en México por los años 50; con fotos a blanco y negro, y con montajes muy creativos, hacen las representaciones de los zapateros de la época, del vendedor de tacos de canasta, en fin. Es un viaje por la artesanía y el folclor Mexicano. Salimos y nuestra siguiente visita fue El Palacio de Bellas Artes. Ver cada uno de los detalles y de las esculturas que tiene, es como despertar en medio de un sueño. Igual estaba en México y como buen país latino tiene sus contradicciones. En medio de tanta historia y belleza, al frente del palacio había un grupo de jóvenes montando la coreografía de alguna canción de Michael Jakson. El líder del grupo era un joven moreno, con el pelo como el del mismísimo artista y hablando de “orale güey”. Que divertido, en medio de tanta majestuosidad, aparece este personaje absolutamente criollo pero queriéndose parecer a un a gringo. Lograron atrapar mi atención un rato, pues bailaban y estaban vestidos muy parecido al autentico rey del Pop. Pero bueno, esas cosas pasan en nuestros países, siempre preferimos parecernos a otros que a nosotros mismos. Dejé mi diversión a un lado y le di entrada a la contemplación del arte, de la arquitectura, y de la belleza. Entré al Palacio y pude ver los murales que decoran las paredes de los corredores entre las entradas a los diferentes salones. Su construcción en mármol, sus cúpulas, su imponencia, me sumergieron en un asombro especial. No pude entrar al teatro, pero me lo puedo imaginar hermoso. Será en una próxima visita a México que vaya y lo vea. Pero si tuve la fortuna de ver los murales de Alfaro, de Diego Rivera y de Orozco en vivo y en directo. Se puede apreciar un conglomerado de arte en una fascinante estructura arquitectónica cuidadosamente construida, que hacen de cada rincón del Palacio un lugar especial. Al salir seguimos nuestro camino y entramos al Palacio de los Azulejos, una construcción, que como todas las construcciones del centro del DF, es imponente y hermosa. Un Palacio construido durante la época de la Colonia y que debe su nombre a que azulejos de Talavera Poblana, recubren completamente su fachada exterior haciendo de esta obra una de las más bellas joyas del arte barroco novohispano. Este palacio era la residencia de Condes y otros ilustres españoles. Al dejar de ser habitado por familias de sangre azul fue la sede del primer almacén Sanborn, que aun existe y en donde compré un par de pilas para mi cámara que estaba a punto de morir. El palacio adentro alberga, además del almacén, una cadena de restaurantes de todos los tipos debido a su inmensidad. Pero lo más divertido es que como la ciudad de México está construida sobre una inmensa laguna y se está hundiendo, el Palacio está ladeado hacia un lado. Uno camina entre subidas y bajadas, o en diagonal por los corredores. Aunque eso no opaca su belleza. Seguimos nuestro recorrido por el Zócalo, pero antes hicimos una parada técnica en un restaurante para comer (o almorzar como decimos los colombianos), una tradicional Torta Mexicana. Las tortas son tan famosas como los tacos. Son inmensos emparedados rellenos de cualquier cosa. Yo pedí una torta de chorizo, pero hay de carne, de pavo, de atún y mil más. Le ponen fríjol refrito, guacamole, queso, chiles y otros ingredientes. Lo divertido fue que cuando lo pedí me dijeron que eran pequeñas, y cuando me llegó mi plato era tan grande que no sabía como me la iba a comer. Hice mi mayor esfuerzo, pero no pude comérmela completa. Como fuera, nos recargamos de energía para continuar con nuestra travesía. Terminamos entonces en la plaza principal, donde está el Palacio de Gobierno, La Catedral y las ruinas de las murallas destruidas de los Aztecas. Es el conjunto más impresionante de dos grandes culturas juntas. Cuando los españoles llegaron a colonizar, tumbaron los templos sagrados de los Aztecas y construyeron la Catedral y el Palacio de Gobierno. Pero como México se está hundiendo, las ruinas de los templos Aztecas empezaron a salir. ¿Se llamará castigo divino? No lo sé… pero si es fascinante verlo. En la plaza, como la plaza de cualquier ciudad latinoamericana, había una huelga del Sindicato Mexicano de electricistas que habían quedado sin trabajo después de años. Entonces la tenían invadida, lástima porque esa huelga no me dejó contemplar su grandeza, pero, sin embargo, su imponencia sale a relucir. Es la segunda plaza de Gobierno más grande del mundo. Uno se siente como un alfiler en medio de ella. Y La Catedral … ni hablar de ella. Una Catedral hermosísima. Su altar tiene lámina de oro, al igual que sus dieciséis altares de las iglesias alternas. La iglesia y el altar de la Virgen de Guadalupe hicieron que se me salieran las lágrimas (no puedo ser insensible a tanta belleza). En la mitad hay un órgano que mide 14 metros de alto y 10 metros de ancho, que tuve la fortuna de poderlo oír pues era Domingo de Pascua y lo estaban tocando. El Órgano retumbaba en todas las paredes, y hacía de La Catedral un lugar todavía más espectacular. Yo sin ser católica practicante, me hinqué a rezar en medio de tanta belleza y de tanta solemnidad. Además se respira un aire de devoción muy especial. No podía evitar que se me erizara la piel con cada nota del órgano. Luego, al salir, y ver las ruinas de los aztecas inmediatamente al lado de la Catedral , me dejó como sin aire. Es una plaza donde se nota el sometimiento de los españoles a las razas nativas, donde se siente la fuerza y el misticismo indígena y la devoción por las costumbres católicas. Una plaza donde las culturas se juntan y se entrelazan. Además, los Indígenas que quedaron en la ciudad, se reúnen en la plaza a hacer sus bailes sagrados pues esos también fueron sus templos. Definitivamente ese día me sentí la persona más privilegiada, pues además de ver todo lo que estaba viendo, casi ningún Mexicano ha oído el órgano de La Catedral.
Con esto termino otro de mis escritos o de mis crónicas de viaje por México. Apenas voy en los primeros días y aun hoy sigo recordando todos los detalles para escribir y no olvidar ningún detalle.
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